Le Cirque des Rêves

El Circo de la Noche abría durante el día. Sus carpas relucían mientras la gente entraba y las luces se apagaban, y el reloj de la entrada hacía tic tac mientras el malabarista jugaba con nueve pelotas grises. Al soplar el viento las carpas salieron volando. Los acróbatas se quedaron suspendidos en el aire, sin nada a su alrededor y cuando el tiempo se detuvo, el reloj dio doce campanadas. El color se empezó a extender por el suelo, llegando hasta las ovejas y sus abrigos se llenaron de lluvia porque el día era oscuro y estaba nublado. Te cuesta entender que ya no haya blanco y negro sino que estás en el interior de un arcoíris monocromático.

Al salir del lugar observas a tu alrededor. No puedes ver las altas carpas blancas y negras de las que has salido, pero es parte de la magia del lugar. Te sientes como en un sueño, etéreo, eterno, y al despertar ves que sigues soñando y lo harás eternamente, que el circo sin color era la realidad y has perdido la oportunidad de volver.

Le pegas un puñetazo a la pared. La sangre empieza a caer de tus nudillos pero tu oponente sigue en pie. Debes seguir esforzándote pero las heridas de tu cuerpo no te dejan tenerte en pie. Le miras a los ojos y ves tu sufrimiento reflejado en ellos, así que arremetes contra esa imitación de la realidad porque duele. Te duele verte así, tan similar al ladrón, con la misma desesperación y entonces ves a través de sus ojos. Eres terrorífico. Las ojeras son oscuras y estás demacrado. Has muerto y has decidido seguir con tu vida sin darte cuenta de las muertes que llevas a tus espaldas. No eres un gato. Y ya has gastado tus siete vidas.


Adiós.

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